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Este episodio de Carreteras Secundarias comienza con Bru Rovira y Valentina Rojo en Barcelona, donde Benet, Maria Josep o Gemma les abren las puertas de sus casas para compartir su historia como familias de acogida. Familias que han dado una segunda oportunidad de vida a niños para los que había escrito un futuro mucho más difícil si ellos no se hubieran cruzado en su camino.
Familias que se construyen, y otras que se rompen para siempre. En la provincia de Cádiz, los cementerios de la frontera sur española cuentan con decenas de lápidas sin nombre donde reposan quienes fallecieron intentando alcanzar nuestro país. En el relato de Felipe, Joselete o Rosario descubriremos la historias de quienes luchan cada día por darle una muerte digna a estas personas.
En el pirineo navarro, Aritz Carballo lleva su gimnasio portátil por diferentes pueblos de la zona. Aunque los vecinos tradicionalmente hagan actividad física, cuenta el entrenador que con solo caminar no es suficiente, hace falta fortalecer los músculos y corregir posturas. Quienes acuden a las clases coinciden en que, además de los evidentes beneficios para la salud, esta actividad les ayuda a socializar y conocerse.
Algunos pescadores de sardinas y boquerones de Tarragona se han visto obligados a dejar sus viviendas porque con sus sueldos no les llega para pagar el alquiler. Bru Rovira y Valentina Rojo viajan hasta allí para ponerle voz a los protagonistas de un oficio en declive, que años atrás llenó de vida el barrio pesquero de Tarragona.
En este episodio de ‘Carreteras secundarias’, Bru Rovira y Valentina Rojo nos llevan por caminos donde se difumina la frontera entre lo rural, lo urbano y lo global. El viaje arranca en Almendricos, donde un grupo de jóvenes ingenieros y meteorólogos calculan la lluvia que caerá en Buenos Aires, el viento que soplará en París, o la humedad que habrá en Pekín. Hasta allí nos acercamos a conocer cómo se vive en este pequeño pueblo de Murcia desde donde se predice el tiempo para todo el mundo. Seguimos hacia Torre del Burgo, en Guadalajara, un pueblo que estuvo a punto de desaparecer y que hoy sigue en pie gracias a la llegada de familias búlgaras que trabajan el campo. En este municipio, más del 80% de sus habitantes son extranjeros. Y acabamos en Mallorca, donde algunos vecinos han empezado a organizarse frente al turismo masivo. Lo hacen con ironía y cansancio a partes iguales: comiendo melón en mitad de la carretera, subiendo en masa a los autobuses turísticos o sacando las cenas a la calle para defender el espacio común.