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Este episodio de Carreteras Secundarias arranca en Galicia, donde Bru Rovira y Valentina Rojo acompañan a un grupo de jubilados que visitan institutos para compartir sus historias como emigrantes retornados. En Madrid, seguimos descubriendo cómo el comercio de barrio se mantiene vivo gracias a quienes llegan de fuera: personas como Liu, que abrió su taller de costura en el barrio de Arganzuela, o Rachid, que lleva años al frente de una frutería en la calle Alcalá. Negocios que no solo llenan las despensas, sino también sostienen la vida cotidiana del barrio. Y la ruta termina en Menorca, en un edificio de viviendas públicas donde jóvenes sin casa y personas mayores que no quieren vivir solas comparten algo más que un techo: construyen comunidad.
En el pirineo navarro, Aritz Carballo lleva su gimnasio portátil por diferentes pueblos de la zona. Aunque los vecinos tradicionalmente hagan actividad física, cuenta el entrenador que con solo caminar no es suficiente, hace falta fortalecer los músculos y corregir posturas. Quienes acuden a las clases coinciden en que, además de los evidentes beneficios para la salud, esta actividad les ayuda a socializar y conocerse.
Algunos pescadores de sardinas y boquerones de Tarragona se han visto obligados a dejar sus viviendas porque con sus sueldos no les llega para pagar el alquiler. Bru Rovira y Valentina Rojo viajan hasta allí para ponerle voz a los protagonistas de un oficio en declive, que años atrás llenó de vida el barrio pesquero de Tarragona.
En este episodio de ‘Carreteras secundarias’, Bru Rovira y Valentina Rojo nos llevan por caminos donde se difumina la frontera entre lo rural, lo urbano y lo global. El viaje arranca en Almendricos, donde un grupo de jóvenes ingenieros y meteorólogos calculan la lluvia que caerá en Buenos Aires, el viento que soplará en París, o la humedad que habrá en Pekín. Hasta allí nos acercamos a conocer cómo se vive en este pequeño pueblo de Murcia desde donde se predice el tiempo para todo el mundo. Seguimos hacia Torre del Burgo, en Guadalajara, un pueblo que estuvo a punto de desaparecer y que hoy sigue en pie gracias a la llegada de familias búlgaras que trabajan el campo. En este municipio, más del 80% de sus habitantes son extranjeros. Y acabamos en Mallorca, donde algunos vecinos han empezado a organizarse frente al turismo masivo. Lo hacen con ironía y cansancio a partes iguales: comiendo melón en mitad de la carretera, subiendo en masa a los autobuses turísticos o sacando las cenas a la calle para defender el espacio común.