Clarisas endemoniadas

Podium

Manuquiel Serafín, Anacón Dominación, Ariel Querubín, Aolaol Virtud, Maraón Trono, Baruel Principado, Manuqueón Arcángel y así hasta 6.666 demonios con sus 6.666 nombres ocuparon en forma de culebras, cangrejos, monos, iguanas, gusanos, caballos, conejos, sapos, terneros, gatos, toros y lagartos hasta el último recoveco del cuerpo de Luisa Benítez, alias la Pacora, monja del convento de Santa Clara de Trujillo, Perú. El proceso inquisitorial iniciado en 1674 cuenta que el asedio demoníaco a la clarisa llegó a tanto que “en cuanto obraba y dejaba de obrar sentía abrasarse tanto de día como de noche sin dejarla sosegar”, porque el poliédrico y zoomorfo enemigo “la tenía todo el cuerpo y la cara toda acardenalado de los porrazos que le daba”, mientras “le convidaba a tener actos carnales poniéndole delante muchas veces, y muy de continuo, hombres y mujeres tocándose deshonestamente”. Decididamente reacias a replicar el 50 sombras de grey conventual de la libidinosa mirada del Santo Oficio, en este episodio dejamos a un lado anodinos estigmas, ojos en blanco y chillidos a deshora para encontrar en la posesión demoníaca la estrategia más aparatosa, truculenta y sentimental de dos monjas periféricas con “espíritus como entretejidos”, bastante enamoradas. Acompañadnos, amigas, en este tembloroso y encendido recorrido por fandoms lastrados, Tukus endemoniadas, sospechosas evacuaciones seminales, exorcismos butch y trasvases lésbicos angelicales. Si no aguantáis ni un minuto más sin saber en cuántas legiones se dividían los 6.666 demonios, quiénes eran Gloriei y Finiel o quién cura la vaginosis a la Pacora, dadle corriendo a play. 

Más episodios

Disecciones conventuales, anatomía barroca

Incapaces de frenar nuestros instintos más escabrosos, en este episodio no nos resistimos a revivir la fascinación con la que nuestras personitas del barroco se empeñaron en desvelar qué escondían las “repugnantes interioridades” corporales. Entre conocidísimos armatostes anatómicos como el tratado De humani corporis fabrica (1543) de Andrés Vesalio y sonadas descripciones disectivas como la que tuvo lugar en Santo Domingo en 1548 de “unas mellizas unidas por el cordón umbilical”, venimos a descubriros una práctica feminizada, y a menudo olvidada, de la disección. Despegándonos del academicismo médico masculino, abandonamos momentáneamente el barroco para viajar entre susurros conventuales hasta la Italia del siglo XIV para asistir, acompañadas de las majísimas Margherita, Lucia, Caterina y Francesa al cuidadoso descuartizamiento y escrutinio del cuerpo incorrupto de su compañera de religión —veremos cómo “la dicha Francesa lo abrió por la espalda por su propia mano, como habían acordado”, porque “las monjas no podían descansar ni sosegar hasta saber qué cosas” había ahí dentro—, para acabar, de vuelta en el barroco, celebrando el minucioso conocimiento anatómico y disectivo de nuestra adorada Sor Juana Inés de la Cruz.

Invencioneras y ardilosas: Javiera Mena y Úrsula Suárez

Decididas a convertirnos por un ratito en mediums transhistóricas, hábiles orquestadoras de solapamientos biográ cos, nos aventuramos a enhebrar, en nuestro episodio más arriesgado hasta la fecha, las vivencias adolescentes de dos joyas chilenas: a una de ellas, Úrsula Suárez, la invocamos a través de la larguísima Relación autobiográfica que escribió entre 1708 y 1732 en el convento de clarisas de Santa Clara de la Victoria de Santiago; a la otra, Javiera Mena, la tenemos junto a nosotras de cuerpo presente en el caluroso Madrid de 2023. Guiadas por la mano díscola de Úrsula, la monja con la adolescencia más con ictiva y caprichosa del barroco, indagamos en esquemas juveniles y educaciones sentimentales, aborrecimientos matrimoniales y fantasías voyeurísticas, jerarquías familiares y culpa católica. Si queréis saberlo todo sobre las fantasías y ansiedades de estas dos mujeres “invencioneras y ardilosas”, “presuntuosas y fantásticas”, “comediantas y alegres”, dadle corriendo a play.

Estas son las lágrimas de tu bebé

De entre las muchísimas formas que el vidrio tomó en la industria manufacturera de la Venecia del barroco existió una particularmente licenciosa y sonrojante. Los calurosos hornos de Murano, entregados sin pausa a la confección de sofisticados artilugios que pudieran saciar un mercado europeo sediento de lujos, también se entregaron al delirio erótico con la elaboración de dildos de cristal. Deshechas en mareos por la resaca barroca del Sarao, y en sonrojos, por el impúdico tono al que este asunto nos arrastra, en este episodio recuperamos y aumentamos nuestro material más indecoroso hasta la fecha, antes solo al alcance de las más fidelísimas oyentes y, a partir de hoy, disponible para ruborizar los oídos de todas las devotas. Os descubrimos los entresijos de una transgresora cultura pornográfica que, gestada entre los canales de Venecia, llegaría a penetrar los porosos límites de la clausura. Las escabrosas posturas de los Sonetos lujuriosos de Aretino, las monjas revoltosas de sus Ragionamenti y el torbellino de acusaciones, persecuciones e intentos de asesinato nos abrirán una rendija a los deliciosos mecanismos —entre el escándalo y los vicios compartidos— que orquestaron los rincones más lujuriosos de nuestros siglos más favoritos de la historia. Pero, manteniéndonos fieles al modestísimo recato que nos caracteriza, frente a estas fantasías masculinas de orgías, intercambios de poluciones y encuentros furtivos, Las hijas indagamos en los anhelos de domestichezza matrimonial que verdaderamente condicionaron el celibato en la clausura veneciana.