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Cuando yo era pequeña y cruzaba la frontera de Nador con mi familia, nuestra actitud y comportamiento no tenía nada que ver a un lado y otro de la aduana. En el territorio español, los agentes de policía nos hablaban, nos miraban a la cara, incluso algunos eran simpáticos con nosotros, los niños. Pero, más allá de la actitud concreta de cada agente, teníamos una sensación de seguridad, que no es, ni más, ni menos, que la seguridad que te da la democracia.
España es ahora mismo el combustible perfecto para extender incendios. Llevamos muchos años muy preocupados por el paisaje, pero hemos prestado menos atención al paisanaje, es decir, a las personas que viven allí. La España interior, que se ve representada en provincias como Ourense, Zamora, León o Cáceres, ha ido perdiendo parte de su actividad económica tradicional, ganadería extensiva y el cultivo de muchas tierras. Se acumulan años y años de abandono, donde los matojos y la vegetación descontrolada han acaparado todo.
Ni Castilla León se situó en la vanguardia tecnológica para luchar contra el juegos, como anunció su presidente entonces, ni se aumentaron los presupuestos destinados a prevención, todo lo contrario, y se vuelve a fiar todo a la reconstrucción. Suena a la Dana valenciana. La falta de medios y la precarización de los bomberos ha ido a más y entregar las competencias de medio rural o gestión forestal a los negacionistas de vox a las primeras de cambio no mejoró los resultados.
La emancipación juvenil se desploma a mínimos históricos. Únicamente el 15% de los jóvenes pudo independizarse en el año 2024, en contraposición del 26% que se registró en el año 2008. En casi 10 años la juventud ha pasado de manifestarse en las plazas del 15-M a sabiendas de que no podían comprar ni un piso, a ahora ni siquiera poder alquilar prácticamente una habitación en casa ajena.