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Estoy curada de espanto ante el fenómeno de los hinchas a los que todo lo que haga su equipo les parece fenomenal, y, pese a lo entrenada que estoy, no deja de sorprenderme cuando sucede lo mismo con los políticos, sobre todo, cuando se empeñan en justificar la violencia. Viene esto a cuento por lo que ha sucedido con el diputado de Junts, Francesc Dalmases, que intimidó a una periodista de TV3 porque no le había gustado una entrevista.
España encontró en la inmigración después de la pandemia, un revulsivo para su economía, y gracias a ellos estamos cumpliendo las necesidades de los principales sectores productivos. No todo es brillo, tenemos nuestros malestares particulares y colectivos. Vivienda, más vivienda, inflación, la corrupción pública de la que no nos desentendemos. Pero este es un país que funciona.
Primero la ultraderecha azuza el odio contra el diferente en el marco de una narrativa que vincula a migración con inseguridad. Entonces, al primer incidente real o inventado se despliegan los grupos de escuadristas, provocan altercados violentos, generan miedo, incertidumbre y ansiedad en las poblaciones que reclaman ley y orden.
La actualidad nos brinda dos temas importantes sobre los que vale la pena acercarse con sosiego. Ni España se rompe por reformar un sistema de financiación que no satisface hoy a nadie y que debería haberse renegociado en 2014, hace 11 años, ni la inmigración es el peligro trumpista que la asimila como una amenaza para nuestras calles y nuestra convivencia.