SER Podcast
Después de cotizar desde los 14 y durante más de cincuenta años, creo que tengo derecho a sentar un empresario a mi cabecera y decirle, mira, hijo, con lo que nos sobre del alquiler y de comer nos vamos al cine. En cualquier caso, como cotizante añeja y pensionista de los últimos días, he hecho suficiente para disponer de un jefe de la patronal a mi servicio, con quien compartir penurias, y a quien poner a sacar la ropa del tendedero, mientras yo me dedico al otro metaverso y me convierto en hongo bajo la camisa de Pedro Pascal.
España encontró en la inmigración después de la pandemia, un revulsivo para su economía, y gracias a ellos estamos cumpliendo las necesidades de los principales sectores productivos. No todo es brillo, tenemos nuestros malestares particulares y colectivos. Vivienda, más vivienda, inflación, la corrupción pública de la que no nos desentendemos. Pero este es un país que funciona.
Primero la ultraderecha azuza el odio contra el diferente en el marco de una narrativa que vincula a migración con inseguridad. Entonces, al primer incidente real o inventado se despliegan los grupos de escuadristas, provocan altercados violentos, generan miedo, incertidumbre y ansiedad en las poblaciones que reclaman ley y orden.
La actualidad nos brinda dos temas importantes sobre los que vale la pena acercarse con sosiego. Ni España se rompe por reformar un sistema de financiación que no satisface hoy a nadie y que debería haberse renegociado en 2014, hace 11 años, ni la inmigración es el peligro trumpista que la asimila como una amenaza para nuestras calles y nuestra convivencia.