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Ni la sexualidad es esa inocente iniciación, ni nuestros hijos son necesariamente igualitarios. Porque sí, desde la escuela y las familias se inculcan valores de respeto a las mujeres, pero hay otra educación que está siendo más efectiva porque tienen un tremendo poder de excitación y que además se vende como libertad y modernidad tecnológica. A los pequeños les estamos dando un sofisticado aparato, el móvil, a través del que aprenden que el sexo es violencia, sometimiento, violaciones en grupo y vejaciones de todo tipo.
Primero la ultraderecha azuza el odio contra el diferente en el marco de una narrativa que vincula a migración con inseguridad. Entonces, al primer incidente real o inventado se despliegan los grupos de escuadristas, provocan altercados violentos, generan miedo, incertidumbre y ansiedad en las poblaciones que reclaman ley y orden.
La actualidad nos brinda dos temas importantes sobre los que vale la pena acercarse con sosiego. Ni España se rompe por reformar un sistema de financiación que no satisface hoy a nadie y que debería haberse renegociado en 2014, hace 11 años, ni la inmigración es el peligro trumpista que la asimila como una amenaza para nuestras calles y nuestra convivencia.
Lo que ha pasado en Torre Pacheco replica exactamente lo ocurrido en Reino Unido el año pasado. Un incidente real se instrumentaliza con desinformación, grupos organizados vienen desde fuera a provocar violencia y las redes sociales amplifican el odio. Es una tecnología del caos que se está exportando por toda Europa.