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Hace tres años, poco más de la mitad de los españoles decían que a España le iba bien. Ese dato hoy no llega ni siquiera al 25%. Datos que contrastan entre sí y que se suman a los de Eurostat y la Comisión Europea sobre la bajada de la percepción de una mala situación económica. El porcentaje de población en riesgo de pobreza, exclusión social o en carencia material severa ha disminuido en el año de la guerra en Ucrania. España y los españoles no viven en un estado de depresión.
Imaginé un retrete a la japonesa, con un botón que en vez de chorritos proyectara, en el fondo de la porcelana, el rostro de uno de los detestables más recientes. No sé, Felipe González, por ejemplo. A falta de un señor Roca que escuche mi recomendación y se ponga a hacer realidad de inmediato mi ingeniosa iniciativa, propongo recurrir a eso que nunca nos falta: imaginación.
Es fácil reducir lo que ahí se discute a una especie de debate sobre la caridad pública. ¿Cuánto les podemos dar a esos pobres ahora que Estados Unidos les ha abandonado? Pero no, esto no va de eso. Va de Justicia y de progreso, el progreso de esas sociedades, de esos estados más débiles, más pobres y el nuestro, el suyo y el nuestro, porque son absolutamente inseparables.
Joaquín Estefanía reflexiona sobre el congreso ordinario del SPD en Alemania