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Nunca antes Vox ha tenido más poder territorial y nunca antes ha estado tan debilitado. Ayer vimos la cara y cruz de cómo una formación política puede iniciar un camino de mutación y de ruptura interna con sus fundadores y al tiempo, nombrar vicepresidentes autonómicos. Nada que no hayamos visto antes, quizá con otros plazos, otras formas y otros mensajes.
El Madrid que tanto hemos amado y que estamos perdiendo los apátridas más mundanos supura hoy la baba verde que se desparrama desde el Despacho Oval, o sea, que empezamos a parecernos a Washington, pero a lo grande, en su versión primitiva, cuando era un territorio pantanoso repleto de mosquitos y de enfermedades dañinas.
Es bastante evidente que el PP no quería sentarse. La exigencia de incluir 10 temas más en el orden del día de la Conferencia de Presidentes fue un órdago, una excusa para justificar algo que hasta ahora solo hacían los independentistas: plantar al Presidente del Gobierno en una de estas cumbres autonómicas. Al aceptar esta petición, el Gobierno evita el boicot, pero también convierte la cita en algo inútil. De esa reunión no saldrá ningún acuerdo.
Joaquín Estefanía reflexiona sobre el giro a la extrema derecha en la política de toda Europa