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Todo pasa tan deprisa que, al hablar de las europeas del pasado domingo, uno ya se siente el narrador de un documental sobre la batalla de Las Navas de Tolosa. Y sin embargo hay que volver a estas elecciones, siquiera porque han tenido una rara virtud: los partidos siempre están dispuestos a apuntarse victorias reales o morales en la noche electoral, pero en esta ocasión las urnas han traído consigo ceniza para todos. Llamémoslo una redistribución del descontento.
Xavier Vidal-Folch reflexiona sobre la conmemoración europea del Pacto por el Mediterráneo de Manuel Marín
Ayer parece que España hubiera ido a renovar sus clichés como quien renueva el DNI. El juez envió a la cárcel a estos dos pillos, los Rinconete y Cortadillo de la gestión pública, y la Guardia Civil saltó la tapia de un monasterio de clausura -el de Belorado- para detener a una monja. Solo faltó que una duquesa se casara con un banderillero.
¿Debe el Gobierno convocar a elecciones? Puede parecer inútil. Al fin y al cabo, es una prerrogativa exclusiva del Presidente del Gobierno, que ya ha advertido en múltiples ocasiones que agotará esta legislatura. Mirar para otro lado, como si nada hubiera sucedido, es un error político. No porque el Gobierno no tenga derecho a seguir gobernando. Sánchez, frente a lo que dice la derecha en sus dos versiones, que cada vez se parecen más, está plenamente legitimado. Por el contrario, es más que probable que el desgaste vaya en aumento en los próximos meses. Lo que indica que alargar esta situación solo puede tener un mayor coste electoral, aunque el tiempo lo dirá.