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Pedro Sánchez presenta este miércoles el tan esperado plan de acción por la democracia. Este plan tendrá como ejes básicos la regulación de los conflictos de interés y el control de la financiación de la prensa. Está bien empezar por ahí, pero no parece que esto sea suficiente para avanzar con paso firme hacia la regeneración democrática. Sería más oportuno una visión más integral que apostara por mejorar la confianza con las instituciones, por la transparencia y reforzara la lucha contra la corrupción.
Mientras, en Madrid, miles de personas conseguían parar el final de La Vuelta ciclista, en una manifestación que sitúa a España a la cabeza de las protestas contras Israel por el genocidio en gaza, a la cabeza en la defensa de los derechos humanos, mientras todavía había quien pensaba que permitir la participación de un equipo de Israel en la competición no iba a tener consecuencias. Mientras todo esto pasaba, Israel seguía masacrando gazatíes.
¡Ay, la hermosa lengua castellana, capaz de producir los versos más sublimes de Garcilaso o Juan Ramón y, al mismo tiempo, aberraciones tales como ministro sin cartera o abrótano macho, sin olvidar la mayor de las excrecencias del idioma, la peor de todas, que es... cine familiar! ¿A quién se le ocurriría juntar ese sustantivo y ese adjetivo, que por separado resultan inofensivos, pero que, juntos, solo podían engendrar una monstruosidad?
Este será el fin de semana que recordaremos por la suspensión histórica de La Vuelta y por la conciencia de un país que no quiere guardar silencio o ser cómplice, porque el silencio hace posible el genocidio. Si en lugar de insistir en ese dilema absurdo e imposible entre ciclistas y niños palestinos muertos, el ciclismo hubiera suspendido la etapa y convertido el final de La Vuelta en un acto de denuncia y solidaridad contra el genocidio, Palestina y el deporte habrían salido ganando, pero prefirieron tener más policías que ciclistas.