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Nadie discute que la democracia tiene que regenerarse y que parte de la ecuación incluye a los medios de comunicación. Una democracia no puede funcionar sin opinión pública informada y eso requiere de medidas legales que la garanticen y las que hay ahora no sirven. Estamos en el siglo XXI y el problema requiere de consensos, no con textos como el que se debatió este miércoles en el Congreso. No es una cuestión de transparencia de la propiedad de los medios, que también, pero tiene que ver con la comercialización del tráfico de datos, de los sesgos algorítmicos, pero especialmente no puede arrancar de una motivación política tan personal que involucre al presidente porque impide la objetividad.
Los prejuicios se repiten, generación tras generación. Idealizamos el pasado. De ahí que los mayores sean tan propensos a afirmar que en su juventud había disciplina y se estudiaba en serio.
Hay días de tránsito y de trámite, días sin ánimo de grandeza, sin otra vocación que cubrir los huecos entre un día y otro día. La Navidad abunda en esas puntas y recortes. Sí, hay días que son como miga de pan para rellenar el año. Son las cuentas de la vida, con sus flecos y sus versos sueltos, sus piezas sobrantes y sus ceros a la izquierda. Días como hoy, 26 de diciembre, que parecen no tener historia y que, sin embargo, nada nos impide hacer hermosos.
En España, la preocupación por la convivencia democrática en momentos como los actuales, no debería quedarse solo en una apelación moral como en parte, expresó el rey en su discurso de Navidad. De hecho, deberíamos hablar de un mandato constitucional. Y es a partir de ahí cuando podemos hablar de convivencia y de justicia social. La confianza en que la democracia no se limita a gestionar procedimientos ni hablar en abstracto de convivencia, sino que actúa para asegurar dignidad para todos.