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Nadie discute que la democracia tiene que regenerarse y que parte de la ecuación incluye a los medios de comunicación. Una democracia no puede funcionar sin opinión pública informada y eso requiere de medidas legales que la garanticen y las que hay ahora no sirven. Estamos en el siglo XXI y el problema requiere de consensos, no con textos como el que se debatió este miércoles en el Congreso. No es una cuestión de transparencia de la propiedad de los medios, que también, pero tiene que ver con la comercialización del tráfico de datos, de los sesgos algorítmicos, pero especialmente no puede arrancar de una motivación política tan personal que involucre al presidente porque impide la objetividad.
Hoy entiendo mejor aquel sketch de Martes y Trece, en el que una cliente acudía al súper a comprar detergente Gabriel. Un señor le ofrecía a cambio del suyo tres paquetes de Gabriel. Pero ella rechazaba la ganga. «Gabriel es mi preferido», decía.
No hubo epifanía, no pudimos recordar nada. Sólo éramos dos personas capaces de tomar un desvío para ver si una felicidad antigua había aguardado hasta que volviéramos a encontrarla.
En estos tiempos que vivimos, con unas desigualdades económicas cada vez mayores y bajo el hechizo de eso que llaman falsamente libertad y no es más, ya lo saben, que la libertad del zorro en el gallinero, todo es posible.