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La oposición a la soberanía fiscal catalana acaba de unir a sus filas a otro disidente de izquierdas: el portavoz económico de Sumar Carlos Martín Urriza. El acuerdo conduciría a un sistema menos retributivo; no amplía el estado federal, sino que lo debilita. Es contrario al principio de equidad y perjudica a la clase trabajadora. Con estos mimbres se irá el jueves al debate de investidura, siempre y cuando el prófugo Puigdemont no monte una performance.
El resultado de combinar polarización y corrupción ya lo hemos visto antes, hartazgo, enfado y distanciamiento de la política. Y solo tiene un vencedor, el populismo. Si hace 10 años la indignación ciudadana fue canalizada por partidos de izquierdas, hoy es la derecha populista la que recoge los frutos de una situación política insostenible.
España encontró en la inmigración después de la pandemia, un revulsivo para su economía, y gracias a ellos estamos cumpliendo las necesidades de los principales sectores productivos. No todo es brillo, tenemos nuestros malestares particulares y colectivos. Vivienda, más vivienda, inflación, la corrupción pública de la que no nos desentendemos. Pero este es un país que funciona.
Primero la ultraderecha azuza el odio contra el diferente en el marco de una narrativa que vincula a migración con inseguridad. Entonces, al primer incidente real o inventado se despliegan los grupos de escuadristas, provocan altercados violentos, generan miedo, incertidumbre y ansiedad en las poblaciones que reclaman ley y orden.