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Trump se repite más que Tubular Bells, de Mike Oldfield. ¡Si por lo menos fuera capaz de inventarse de vez en cuando una acusación nueva, como, por ejemplo, conductora kamikaze, atascadora de cloacas, violadora de ornitorrincos...! Vanidoso y narcisista, vanidista y narcisoso, ver a Trump dar un mitin o participar en un debate le revuelve las tripas al más templado.
A la nostalgia, ¡ni agua! Así suele aconsejarme mi amigo, el estimulante escritor y profesor de Literatura, Bernat Castany Prado. La verdad es que no me cuesta seguir su consejo porque la poca nostalgia que he ido sintiendo en mi vida la he canjeado. Y ahí me tenéis, descubriendo que en mi cazuela se estaba produciendo un pequeño prodigio que, como una representación teatral, nunca volverá a reaparecer con los mismos movimientos o idéntica textura. A fondo, hasta lo más pequeño. Ninguna nostalgia.
La jornada que cierra el año, tiempo de festejos, por gusto o por imposición, obliga a los periodistas, más si cabe, a un ejercicio de realismo. Toda esta prevención es aplicable, salvando las distancias, a los líderes del país. A los de la España autonómica, que en estas horas de cierre de 2025 se dirigen a sus conciudadanos para hacer repaso de lo que muere y preparar para lo que está por venir. La España plural se elige noticia de final de año a través de los mensajes de los presidentes de las comunidades.
El curso de la historia nos está invitando a reflexionar sobre palabras como hipocresía y realismo. Cuando analizamos el panorama internacional, vemos líderes que no tienen la más mínima obligación de guardar las formas a la hora de defender su poder. Imagino una gran cena de fin de año con Trump, Putin, Netanyahu y Xi Jinping, una cena familiar. Ahora podemos entender todas las mentiras que se escondían en los antiguos acuerdos internacionales. Había injusticias bajo las bellas palabras.