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La distancia más grande que se da hoy en nuestras democracias es la que existe entre los conceptos de ser humano y ciudadanía, corazones y permisos de residencia. No sé decir a qué hora amanece el mañana en una patera. Salvar esta distancia es la tarea más importante que tenemos, o por lo menos tan importante como los acuerdos de paz que estamos esperando.
Lo que ha pasado en Jumilla nos muestra algo preocupante sobre nuestra democracia. El ayuntamiento ha aprobado una medida que vulnera la libertad religiosa, garantizada por la Constitución Política pura y dura. Vox quería prohibir actos ajenos a la identidad del pueblo porque, al parecer, rezar no forma parte de la identidad de un país donde llevamos siglos conviviendo. El PP lo maquilló cambiando el Reglamento del recinto, pero el resultado es el mismo, discriminación institucional.
Poco o nada queda de aquellas citas interminables entre José María Aznar y Xabier Arzalluz en Moncloa, mientras degustaban vinos de la Ribera del Duero. El vasco, el del árbol y las nueces, sentían una especie de fascinación por ser presidente del Gobierno que en un principio tanto despreció. El PNV no era necesario en la aritmética de la gobernabilidad. Siempre que pueden elegir, eligen al PSOE, dicen despechados en Génova.
Para la desesperación de los negacionistas del cambio climático, la amenaza es real y, como ocurre siempre, se ensaña con la población más frágil y desfavorecida. Hacer frente al calor exige, por tanto, una intervención integral que interpela a los poderes públicos y también al sector privado para encontrar juntos. Las soluciones a los efectos negativos de una emergencia que se ceba particularmente con la población más necesitada.