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Las primeras informaciones apuntaban a que el deportista se había acogido a una vieja costumbre hispánica: irse de parranda. A quién no le habrá pasado, sale uno a tomar una cerveza un martes, la cosa se complica y termina por volver a casa el jueves. Y podemos pensar que, tras una vida de privaciones por el deporte, el hombre querría desquitarse.
Hoy entiendo mejor aquel sketch de Martes y Trece, en el que una cliente acudía al súper a comprar detergente Gabriel. Un señor le ofrecía a cambio del suyo tres paquetes de Gabriel. Pero ella rechazaba la ganga. «Gabriel es mi preferido», decía.
No hubo epifanía, no pudimos recordar nada. Sólo éramos dos personas capaces de tomar un desvío para ver si una felicidad antigua había aguardado hasta que volviéramos a encontrarla.
En estos tiempos que vivimos, con unas desigualdades económicas cada vez mayores y bajo el hechizo de eso que llaman falsamente libertad y no es más, ya lo saben, que la libertad del zorro en el gallinero, todo es posible.