SER Podcast
Se llaman a sí mismos Patriotas por Europa. Le Pen, líder francesa de la extrema derecha, y Viktor Orbán, líder neofascista en Hungría, vendrán a gritar a nuestro país. Sonarán consignas de naciones puras, no contaminadas de pluralidad alguna, lineales, todas ellas como recordadas por la línea de puntos. Se escucharán proclamas aún nosotros homogéneo y limpio, donde solo cabe un único color de piel, una única identidad.
No quisiera sonar irreverente, pero confieso haber seguido el Cónclave con la pasión que suele reservarse a los Mundiales de fútbol o las rondas finales de Operación Triunfo. Ya no digo, por ejemplo, “dejadme en paz”: ahora digo “extra omnes”. Y me he familiarizado con los nombres de todos aquellos -Tagle, Aveline, Parolin- que esta mañana se han levantado con esa rara sensación de que no te llamen “Santidad”.
Habemus Papam y habemus, sobre todo, un desenlace a la altura de este gran espectáculo del mundo, que es la elección del Pontífice. El nuevo gobernador de las almas católicas del mundo es norteamericano y, por tanto, mirará de tú a tú al gobernador de la tierra y del dinero que es Donald Trump. Si sabrá levantar la voz ante las deportaciones, ante el genocidio de Gaza, y ante tanta desigualdad que representa el hombre de la Casa Blanca, lo veremos pronto.
133 cardenales se encerraron ayer en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Francisco. Durante tres horas no hubo señal sobre lo que ocurría allí adentro y, cuando ya oscurecía en la plaza de San Pedro, la chimenea emitió alto y claro el mensaje esperado. Fumata negra. La primera votación de los Cardenales con el derecho a elegir al nuevo Sumo Pontífice no permitió alcanzar la mayoría suficiente para elegir el representante de Dios en la tierra, casi nada.