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Siempre me ha parecido curioso que se insulte a las mujeres con el llamado oficio más antiguo del mundo. Es un hecho, por desgracia, culturalmente universal. La prostitución es un acto mediante el cual un hombre paga para tener acceso a la intimidad de una mujer y mantener relaciones sexuales con ella. Es decir, se trata de alguien que mercantiliza algo que suele ser o debería ser gratuito y consensuado. Se entiende que apetecible y gozoso para ambas partes. Contrata el servicio, lo que hace es adquirir algo que, en principio no es un bien un objeto, sino un ser humano. Visto así, ¿a quién degrada más este acto, a la prostituida, la consumida, la alquilada, la adquirida o a quién es capaz de comprar el sometimiento de otra persona? ¿A quién podemos considerar moralmente reprochable, a la que es degradada o a quién degrada? Y aun así, el insulto es siempre para ella.
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¿Cómo han de afectar las elecciones de Extremadura a la política nacional? Para saberlo bien habrá que esperar a que pasen las autonómicas en Aragón, Castilla y León y Andalucía. Será entonces cuando haya que echar cuentas y ver dónde llegan las abolladuras de Sánchez y la aureola de Feijóo. Pero eso es ya en junio y ahí no alcanza ni la mirada profética del mago de Logrosán.
Lleva razón María Guardiola cuando sostiene que hay que evitar que nos roben la democracia, como aseguró en su cuenta de X tras el robo de 124 votos en una oficina de Correos de Extremadura. Pero robar la democracia también es lanzar sospechas sin fundamento alguno. La democracia y el voto son el acto supremo, son algo tan importante y serio que no hay que frivolizar con ellos en aras de arañar unos pocos votos. Una estrategia que no es nueva ni en España ni en el mundo.