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Vivimos un verano azul oscuro, casi negro. En los veranos de antes teníamos olas de calor e incendios en el sur de Europa, pero no en todas las partes todo el tiempo. Ahora la tierra arde sin descanso de junio a agosto. En los veranos de antes teníamos hambrunas, pero ahora el resultado de la sequía, no de la política. La gente no tenía para comer por culpa de las malas cosechas, no de las malas ideas de líderes como Netanyahu asfixiando la población de Gaza.
La emancipación juvenil se desploma a mínimos históricos. Únicamente el 15% de los jóvenes pudo independizarse en el año 2024, en contraposición del 26% que se registró en el año 2008. En casi 10 años la juventud ha pasado de manifestarse en las plazas del 15-M a sabiendas de que no podían comprar ni un piso, a ahora ni siquiera poder alquilar prácticamente una habitación en casa ajena.
Donald Trump continúa inundando la zona estos días estivales están siendo especialmente prolíficos En este sentido, aranceles e inmigración, lucha contra el narcotráfico y, por supuesto, Ucrania, Gaza y ahora también Azerbaiyán y Armenia. Los últimos días han sido especialmente frenéticos. ¿En ninguno de estos 3 escenarios alcanzará una paz justa? No nos engañemos, en los 3 lo que se prioriza son los intereses involucrados. Estamos en un mundo donde el poder y esos intereses se sitúan por encima del orden y de los valores. Y no, no todo es culpa de Trump.
Lo que ha pasado en Jumilla nos muestra algo preocupante sobre nuestra democracia. El ayuntamiento ha aprobado una medida que vulnera la libertad religiosa, garantizada por la Constitución Política pura y dura. Vox quería prohibir actos ajenos a la identidad del pueblo porque, al parecer, rezar no forma parte de la identidad de un país donde llevamos siglos conviviendo. El PP lo maquilló cambiando el Reglamento del recinto, pero el resultado es el mismo, discriminación institucional.