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España es ahora mismo el combustible perfecto para extender incendios. Llevamos muchos años muy preocupados por el paisaje, pero hemos prestado menos atención al paisanaje, es decir, a las personas que viven allí. La España interior, que se ve representada en provincias como Ourense, Zamora, León o Cáceres, ha ido perdiendo parte de su actividad económica tradicional, ganadería extensiva y el cultivo de muchas tierras. Se acumulan años y años de abandono, donde los matojos y la vegetación descontrolada han acaparado todo.
Ni Castilla León se situó en la vanguardia tecnológica para luchar contra el juegos, como anunció su presidente entonces, ni se aumentaron los presupuestos destinados a prevención, todo lo contrario, y se vuelve a fiar todo a la reconstrucción. Suena a la Dana valenciana. La falta de medios y la precarización de los bomberos ha ido a más y entregar las competencias de medio rural o gestión forestal a los negacionistas de vox a las primeras de cambio no mejoró los resultados.
La emancipación juvenil se desploma a mínimos históricos. Únicamente el 15% de los jóvenes pudo independizarse en el año 2024, en contraposición del 26% que se registró en el año 2008. En casi 10 años la juventud ha pasado de manifestarse en las plazas del 15-M a sabiendas de que no podían comprar ni un piso, a ahora ni siquiera poder alquilar prácticamente una habitación en casa ajena.
Vivimos un verano azul oscuro, casi negro. En los veranos de antes teníamos olas de calor e incendios en el sur de Europa, pero no en todas las partes todo el tiempo. Ahora la tierra arde sin descanso de junio a agosto. En los veranos de antes teníamos hambrunas, pero ahora el resultado de la sequía, no de la política. La gente no tenía para comer por culpa de las malas cosechas, no de las malas ideas de líderes como Netanyahu asfixiando la población de Gaza.