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Xavier Vidal-Folch reflexiona sobre la nueva batalla política que han generado las protestas pro Palestina durante la Vuelta a España
Mientras, en Madrid, miles de personas conseguían parar el final de La Vuelta ciclista, en una manifestación que sitúa a España a la cabeza de las protestas contras Israel por el genocidio en gaza, a la cabeza en la defensa de los derechos humanos, mientras todavía había quien pensaba que permitir la participación de un equipo de Israel en la competición no iba a tener consecuencias. Mientras todo esto pasaba, Israel seguía masacrando gazatíes.
¡Ay, la hermosa lengua castellana, capaz de producir los versos más sublimes de Garcilaso o Juan Ramón y, al mismo tiempo, aberraciones tales como ministro sin cartera o abrótano macho, sin olvidar la mayor de las excrecencias del idioma, la peor de todas, que es... cine familiar! ¿A quién se le ocurriría juntar ese sustantivo y ese adjetivo, que por separado resultan inofensivos, pero que, juntos, solo podían engendrar una monstruosidad?
Este será el fin de semana que recordaremos por la suspensión histórica de La Vuelta y por la conciencia de un país que no quiere guardar silencio o ser cómplice, porque el silencio hace posible el genocidio. Si en lugar de insistir en ese dilema absurdo e imposible entre ciclistas y niños palestinos muertos, el ciclismo hubiera suspendido la etapa y convertido el final de La Vuelta en un acto de denuncia y solidaridad contra el genocidio, Palestina y el deporte habrían salido ganando, pero prefirieron tener más policías que ciclistas.