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Xavier Vidal-Folch reflexiona sobre el alto el fuego en Palestina y la cumbre que ha reunido a los líderes mundiales para respaldar el acuerdo de paz entre Israel y Hamás
En Arequipa, la ciudad peruana de Mario Vargas Llosa, estamos celebrando el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Se habla del idioma en relación con el mestizaje, las instituciones, los valores democráticos y la inteligencia artificial. Conviene discutir de muchas cosas al pensar en las palabras, subir por las argumentaciones que vuelan hasta las nubes, pero conviene también no olvidarse de aquello que nos acaba poniendo los pies en la tierra. Por ejemplo, la palabra “yo”. ¿Qué digo cuando digo soy yo? Para saber lo que somos, nada mejor que relacionar el “yo” con el “tú”. ¿Qué dices cuando dices eres “tú? Son las fronteras que separan a un abusador de una persona decente capaz de comprometerse con una comunidad.
Resistimos con gran alivio al final del horrendo genocidio retransmitido online a todo el mundo que Israel ha perpetrado en Gaza para responder al también horrendo ataque de Hamás de hace apenas 2 años. El intercambio de rehenes y prisioneros ha servido de prólogo al homenaje de los israelíes a Trump y a la firma del acuerdo en Egipto con la presencia de una veintena de líderes de todo el mundo. Un acuerdo cocinado por un experto empresario inmobiliario vinculado a Trump desde hace tiempo, y al propio yerno del mandatario, que así le representa. Se busca así cuajar un acuerdo sin el estorbo del conflicto armado que vincule el dinero de los saudíes y de los Emiratos con la voluntad expansionista del capital norteamericano, que busca asegurarse un lugar privilegiado en el nuevo orden geoestratégico mundial, y el control de los recursos estratégicos necesarios para ello. Más dinero, mucho dinero, para reforzar lo que al final es la nueva triple A de Trump: armas, amenazas y arbitrariedad por doquier.
Leí en alguna parte que la noticia de la concesión del Nobel a Miguel Ángel Asturias se hizo pública mientras un grupo de escritores celebraba una Azuaré en un barco en aguas del Támesis. Entre ellos estaba Pablo Neruda, que del zoponcio que sufrió tuvo que ser asistido por un médico.