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Después de participar con Carmen Linares en unas jornadas sobre las relaciones del flamenco y la poesía, que organizó la Fundación Mediterráneo, el pasado domingo tomé en Alicante un tren muy mañanero para regresar a casa. Muchos aficionados vestidos con camisetas del Madrid o del Barça llenaban los vagones. Habían madrugado, como yo, para ir al Bernabéu. Un clásico es un clásico. Pero a mitad de trayecto me llamó mi hija para decirme que venía a la casa a comer y que me dejaba unas horas a mi nieta. Soy un abuelo reciente, y una nieta es una nieta. Así que llamé a mi amigo Benjamín Prado, compañero de grada, y le dije que podía disponer de mi abono para ir al partido con uno de sus hijos.
Si Puigdemont hubiera roto de verdad, le hubiera mandado el finiquito de anunciar que apoyaría una moción de censura, pero no lo ha hecho. Se ha limitado a hacer cuentas sobre lo que le ha rentado hasta ahora electoralmente el apoyo a Pedro Sánchez. De hecho, la decisión de Junts evidencia que están nerviosos, muy nerviosos. Retroceden cada día ante Alianza Catalana, que suma apoyos en las comarcas del interior y amenaza con convertir el viejo debate de la identidad no era un tema soberanista, sino en otro de corte supremacista.
Xavier Vidal-Folch reflexiona sobre la ruptura de Junts con la legislatura.