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En el plano nacional, cuando se cumplen 50 años de la muerte de Franco y el estado de nuestras instituciones debería ser más que sólido, hemos visto un juicio inédito a un fiscal general del Estado que nunca debió tener lugar. En el plano internacional y después de haber contemplado la destrucción de Gaza y de buena parte de Ucrania, podemos encontrarnos ante un ataque de Estados Unidos a Venezuela que nadie puede comprender. El autoritarismo crece en el mundo libre y el espejo de la democracia y la paz pierden brillo. Por todo ello, el asombro es, sin duda, el protagonista.
En los anuncios de comparadores de precios siempre sale uno listo y uno tonto. El listo, alto y estiloso, ha conseguido pagar menos por cada noche de hotel; el tonto, el que se ha quedado sin rebaja, suele ser fondón y con cara de bobo. Es un poco como lo de los payasos: el payaso listo, el payaso tonto. Ahora los payasos tontos se presentan ante el electorado y salen vencedores. Nigel Farage, agarrado como a una boya a su pinta de cerveza, ganó el referéndum del Brexit. Donald Trump ganó sus presidenciales con sus bailecitos ridículos y la cabeza pintada de naranja. Javier Milei ganó las suyas disfrazado de demonio de Tasmania con el pelazo de Calamaro y la motosierra.
Hoy entiendo mejor aquel sketch de Martes y Trece, en el que una cliente acudía al súper a comprar detergente Gabriel. Un señor le ofrecía a cambio del suyo tres paquetes de Gabriel. Pero ella rechazaba la ganga. «Gabriel es mi preferido», decía.
No hubo epifanía, no pudimos recordar nada. Sólo éramos dos personas capaces de tomar un desvío para ver si una felicidad antigua había aguardado hasta que volviéramos a encontrarla.